martes, 1 de febrero de 2011

La estrella fugaz

¿Alguien ha llegado a ver en su vida una estrella fugaz? ¿Cómo era? Por supuesto no me refiero a las estrellas que aparecen como un adorno o en dibujos animados (por mencionar alguna fuente), bajo el trabajo de algún ilustrador: ese diseño gráfico en donde se asocian (en su forma clásica, creo yo) cinco picos pajizos en cada esquina, contrastando con el fondo oscuro de la noche; y, dejando rastro al cuerpo celeste, una estela astral con brillos dorados que se desvanece conforme avanza, a cierta velocidad, nuestra estereotipada estrella caricaturesca. No está de más imaginarnos también la escena en donde algún niño esperanzado (¡qué se yo!) mira hacia el cielo para pedir amnistía.

        Reflexiono ésto por interés (y pasatiempo) a lo que alguna vez llegué a ver años atrás. Era de madrugada y aún faltaba cerca de una hora para que los primeros rayos del sol dispusieran a iluminar la fría mañana. Me disponía  a salir rumbo a la escuela. Los autos ya iluminaban las avenidas con las luces de los faros a sus altas, y los perezosos y desvelados aún con la placidez a sus anchas. Recuerdo haber mirado hacía el cielo, dirigiendo la mirada en algún punto perdido a la penumbra de un cielo carente de estrellas, tan sólo para distraerme y hacer un poco ameno el trayecto.

        Después de un suspiro sin motivo alguno, en menos de un segundo, sucedió. Un destello en la oscuridad apareció dentro de mi campo visual sin previo aviso. El haz de luz que se dibujó en el cielo debió de tener (a escala) el mismo largo que mi pulgar, ¡claro!, sólo si colocara mi dedo frente a mí, tal y como lo hacen los pintores para medir alguna cosa digna de ser plasmada sobre el lienzo. En menos de un parpadeo, aquella chispa albina se había fugado de mi vista.

        En ese instante, con el ceño fruncido, me formulaba varias hipótesis de lo que pudo haber sido, además de una estrella fugaz: quizás era un satélite ruso con nueva tecnología para emular a las estrellas y pasar desapercibido ante los gringos; tal vez era un avión que volaba muy alto y que, de repente, comenzó a desatarse en llamas; ¿y si era un platillo volador que daba señales de vida allá en el cielo? Todo fue tan etéreo esa mañana.

      El tiempo siguió su curso, y yo, centrando mi atención en trivialidades de todos los días, dejé aquél recuerdo fugaz perdido en la propia memoria, incorpórea y llana. La noches pasaban y yo seguí mirando las estrellas, si bien el cielo estaba de buenas. Todas ellas seguían con su galantería allá en lo alto, albinas e inmóviles, brillando siempre a la espera de su extinción.¿Acaso Dios habrá de reemplazar cada estrella que se funde?

      Cinco años sosamente celestes después, no fue hasta fechas decembrinas que, al finalizar la posada nocturna, antes de regresar a casa, quise esperar un poco más. Tan sólo quería contemplar una belleza astral que (ya hacía una buena temporada) no degustaba, tomando en cuenta que en aquella noche escaseaban las nubes. La luna, circunvalada por su aura, se lucía llena de plata. A continuación, un astro entró en el acto.
      
      No se si fue algún efecto del ponche con piquete, pero yo lo vi. Volvió a suceder y rápidamente se fugó en, y del, cielo. Un efímero destello en lo alto me revivió aquel recuerdo (ahora) contemporáneo, por lo que pude identificar su presencia con mayor certeza. ¡Fui tan feliz en ese momento! Me di cuenta de que había visto en realidad una estrella fugaz, única, bella, majestuosa. Estaba convencido. Me convertí en testigo y confidente de una estrella, no como las otras, constantemente ordinarias. Aquella noche me quede pensando e, ingenuamente, solo me quedó decir algo a ciencia cierta:

      - Al menos no era un platillo volador.