sábado, 9 de abril de 2011

El amor en los tiempos de la influenza

Era inevitable: el sabor de las gomitas de uva le recodaba siempre el destino de los amores contrariados. Leonardo lo fue percibiendo desde que la veía entrar al salón, como todas las mañanas. Aquella chica de rizos definidos y lonchera de animalitos. Se llamaba Lourdes, aunque todos le decían Lulú, y acababa de mudarse de Cuernavaca. Pero para Leo era algo más que una niña morelense de cabello rebelde y ojos avellanados. Pues, cada que se trataba sobre los negocios del corazón, consultaba la sabia y fémina palabra de Jazmín, su confidente oficial.

 - ¡Oh! Lulú es tan linda que me hace sentir mariposas en el estómago – sentenció seguido de un breve suspiro alentador.

- ¿Mariposas?- cuestionaba Jazmín con cierta socarronería – Pero si eso mismo te hacía sentir Rebeca, Julieta, Adriana…

- ¡Pero Lulú es diferente! – interrumpió.

- ¡Claro! Como también lo fueron Rebeca, Julieta, Adriana…

                Pero era verdad, al menos para Leo: ella tenía ese no sé qué, de no sé cuándo, que quién sabe cómo, pero que tanto le encantaba. No sabía si era por el acento de su voz que siempre acariciaba sus oídos, o por los hoyuelos que inevitablemente se dibujaban en sus mejillas al sonreír; o quizá también porque sonreía, a su vez, con aquella mirada tierna. Los planetas estaban alineados. La buena vibra y el buen karma estaban a su favor. Y ella ahí, en la mira de alguien a quien, como todo buen puberto de su edad, la hormona le saltaba de un lado para otro.

                Leo tenía claro que, a pesar de su temprana experiencia respecto a los infantiles asuntos del amor, los resultados en que se encaminaba no eran los más propicios, ni siquiera promiscuos, a pesar de que a esa edad todo es un mero juego de niños: cuando le regaló su tarántula a Karina, no sabía que a ella le causaba aversión toda cosa que tuviera ocho patas; tampoco  fue buena idea el haberle contado chistes de gallegos a Lucía, quien había vivido casi toda su vida en La Coruña; y ¿cómo carajos iba saber que Sofía era alérgica a las nueces?, por lo que, a consecuencia, aquel Romeo siempre revisaría el empaque los chocolates antes de regalarlos a sus posibles Julietas.

 Tan sólo eran gajes del amor, como solía decir tras un fallido devaneo, tan sólo para sobrevivir su moral. Ciertamente, eso le traía acongojado desde hace tiempo atrás, pero al menos se encontraba mucho mejor a comparación de aquella gente que padeció el brote de influenza.

- ¿Y si le dijera a Lulú que juguemos timbiriche con las pecas de su mejilla?- planeaba el enamorado.

-¡Deja de decir sandeces!

                A Jazmín le costaba trabajo hacerle entender que las bromas y los chistes no eran las únicas tácticas que podía emplear  para lograr su cometido. Faltaban poco días para salir de vacaciones, así que debía ponerse manos a la obra para poder visitar a su futura novia en su tiempo libre y vivir un amor de verano.

                Sin embargo, Leo siempre cometía el mismo error de siempre: se apresuraba a un intento de chacoteo ameno. Era más la ansiedad de que sus vaciles para ganar en rostros ajenos una sonrisa que le garantizara seguridad en sus acciones. “¡Qué patético!” le reprochaba su ángel guardián.

                Los días pasaban y ningún plan se les ocurría. Y vaya que eso era malo, pues, por otro lado, ya había competencia. Carlitos, el güerito oji-azul  que se sentaba hasta el otro lado del salón, había comenzado a ganar puntos a favor: poco a poco invitaba a Lulú en los recreos para compartir el Boing y los Cazares.

-¡Maldito güero, el hijo de la fregada! – gruñía Leo con sus desaires.

                Y, como era de esperarse, por alguna extraña razón dentro de los orígenes que producían de los celos, Leo emanaba un fuerza titánica en contra de los nervios que tanto le causaban Lulú. “¡Esto es la guerra!”, decía, y como tal, se armó de valor para regalarle, después del recreo, gomitas de dulce, de las que sabía que eran las favoritas de la susodicha.

-¡Son de uva! ¡Ay, Leo! ¡Eres tan bueno!- le dio un beso en la mejilla y corrió a su pupitre con sus amigas.

                “¡Vaya! Hasta que al fin haces algo bueno”, le decía Jazmín al extasiado guerrero de alegría desbordante y ancha sonrisa, quien había logrado un buen contra ataque. Todo marchaba bien hasta que cierto día, su re-contra-archi-enemigo comenzaba a llevar una guitarra a la escuela. A Leo tan sólo le corroía la envidia, pues sabía que Carlitos tenía “callo” para los arpegios, a comparación de él, quien apenas podía rasgar con dificultad dos acordes continuos. Lo qué más le encolerizaba es que ya no sólo le compartía del Boing y los Cazares en el recreo a Lulú, sino también ahora le cantaba las de “los bitles”.

                Se encontraba desarmado; sentía que había perdido la batalla; mucho peor: había perdido la guerra. Sus posibilidades de opacar al chico arquetípico quedaron reducidas a posibilidades casi nulas.
-¡Arriba, soldado!- le gritó Jazmín, seguido de un zape en la nuca – ¡Esta guerra aún no acaba hasta que acaba!

                Comenzaron a elaborar un plan fríamente calculado. Sólo restaba una semana para fin de clases. Mientras Jazmín le ayudaba a Leo a decorar una decena de hojas llena de cursilerías pueriles,  el amante se enlistaba para hacerle frente a Carlitos y ganar el corazón de Lulú. No fue sino hasta el día en que, bajo la presión de tiempo que ahorcaban esperanzas, Leo habló con él. Y, con la altivez de un león y la rudeza de su discurso, logró hacerle frente con un sin fin de palabras y agregando la advertencia de que sólo él sería el dueño su corazón. Caritos, asustado con su actitud, sólo pudo objetar con cierta timidez y pleno desconcierto: “¡Oye! ¡Tranquilo!” Si a mi la que me gusta es Jazmín, pero me he juntado más con Lulú para pedirle consejos el día que me le declare”.

                ¿Acaso sería verdad? ¿Realmente podría fiarse en que no había ningún peligro? ¡Claro que no! Leo ni siquiera confiaba en Los Reyes Magos, porque nunca le traían lo que él pedía. ¿Por qué habría que confiar de pronto en Carlitos?

                Para no errar con ningún percance, y mucho menos mermar alguna insulsez, Leo preparó su arma, su equipo de guerra para la batalla final, para el último viernes en que vería a Lulú: dentro de una canasta, además de la docena de cartas incorporadas, había colocado un par de peluches, dos globos en forma de corazón, rosas de papel, y una gran variedad de dulce, entre los que destacaban las gomitas de uva, por supuesto.

                El jueves en la noche, con la conciencia tranquila después de acabar los deberes académicos, los del hogar y, sin pasar desapercibido, los del amor, podía ir ya directo a la camita y prepararse para el día del juicio final. Confiaba mucho en su arma secreta, por lo que ya cantaba victoria ante la zozobra que no le dejaba en paz.

                Mientras cenaba, había comenzado ya el noticiero de las nueve, y una noticia devastadora fulminó los sueños triunfantes de Leo: por decreto presidencial, a causa del brote de la influenza, mañana, viernes, no se abrirán las escuelas públicas. Con la derrota clavada en el corazón, no hizo más que caer en su cama para sangrar entre lágrimas por un intento fallido más, de igual manera que lloraba por haber gastado en vano todo lo que había ahorrado en su cochinito.

                Lo último que supo de Lulú fue que regresó a Cuernavaca junto con su familia, pues su padre tenía miedo que pescara la influenza en la capital. Cuando se reanudaron las clases tiempo después, Leo ya no tenía motivos para seguir peleando. “¡Ánimo! ¡Ya verás que vendrá algo bueno!”, le dijo Jazmín, a quien el amor había tocado a sus puertas, y le había dado el “sí” a Carlitos.

                Pero no pasó más una semana cuando llegó una chica de intercambio: “Hola. Soy Vanesa y vengo de Perú”. En ese momento, borrón y cuenta nueva. Tabula rasa con el pasado: ya no quedaba registro alguno sobre Lulú, y, como todo buen circulo vicioso, el cuento del nunca acabar retornaba su curso.

- ¡Oh! Vanesa es tan linda que me hace sentir mariposas en el estómago…